2 de septiembre de 2011

 El dilema de la evaluación en el aula
Publicado el 2 de Septiembre de 2011
Por Gabriel Brener Lic. Educación (UBA).
Habrá que tener cuidado con la vocación resultadista que sólo enaltece el éxito del fin que justifica cualquier medio. Y que condena la derrota, transformando cualquier equívoco en castigo. Desesperación por el 4 en una época, en otra por el 6, a veces por el 7...
Si se trata de aprender, de conocer más y mejor, será cuestión de poner en duda cierto tipo de preguntas, especialmente aquellas que vienen con sus respuestas de antemano. Y apostar a las preguntas que inquietan, que mueven a construir antes que a dar algo por hecho, o también esas preguntas que nos permiten transformar una situación difícil en un problema que, formulado con claridad, habilita un gran primer paso para posibles soluciones.
Aquí cobran protagonismo las notas, la calificación como mera especulación. Se convierten en un fin en sí mismo, exactamente igual que el dinero para muchas personas. A los alumnos que obtienen mejores notas (o más dinero) se les considera como los mejores, independientemente de cómo y por qué los han conseguido. Es necesario siempre valorar el resultado, pero en idéntica proporción con el proceso que lo hace posible, y entonces habrá que interpretar el error como fuente de aprendizaje y no sólo de sanción.
Una diferencia clave para pensar la evaluación está relacionada con el sentido de lo que se enseña y lo que se aprende en la escuela. La evaluación que sólo persigue resultado final (ignorando recorridos) suele estar asociada al control. Aquella evaluación que atienda tanto a un producto como al proceso que lo hizo posible, y que le permita a una persona dar cuenta de lo que sabe pero también de lo que no sabe, es más probable que tenga un sentido pedagógico más interesante para conocer el mundo y hacerse de los mejores medios de orientación para vivir en él.

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